El psiquiatra al que temían Franco y Felipe González
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Aníbal Malvar
Madrid | 30 de Junio de 2019 «En los manicomios del franquismo, el tratamiento era básicamente el electrochoque y el choque insulínico, todo dirigido por la santa monjería» Enrique González Duro lleva 55 años dedicado a la psiquiatría. Aparte de numerosos libros teóricos, ha publicado varias biografías psicológicas de personajes como Francisco Franco, Fernando VII, Jesús de Polanco y Felipe González. La última de ellas se titula Leopoldo María Panero. Locura familiar. González Duro trató –tanto personal como profesionalmente– al poeta maldito por excelencia de la España última, hijo de escritor franquista, dandi homosexual de la transición, después carne de manicomio y de la prensa poco escrupulosa. |
“Me odiaba, pero venía al despacho a pedirme 500 pelas”, recuerda. Hubo una época en que González Duro se sintió “el temido” (son palabras suyas), cuando sus intentos de reformar la psiquiatría en España le llevaron a enfrentarse al franquismo y, más tarde, a Felipe González.
Tú llegas a la psiquiatría franquista aún heredera de las directrices del Mengele español, el inefable Juan Antonio Vallejo-Nágera, una especie de doctor loco y torturador que intentaba encontrar una explicación psiquiátrica al hecho de ser marxista.
Vallejo-Nágera ya había muerto cuando me licencio en 1964. En mi época, la psiquiatría española ya estaba totalmente controlada por Juan José López-Ibor. Fue el sucesor de Vallejo-Nágera. Controlaba las oposiciones a cátedra y las instituciones públicas, los tribunales, los nombramientos. Era un cacique absoluto. Tenía una visión muy clásica del tratamiento psiquiátrico. Pero la psiquiatría, que estaba en una situación miserable, al menos empezaba a recibir algo de dotación económica con el primer plan de desarrollo.
También aparecen profesionales más abiertos, incluso ideológicamente, como Carlos Castilla del Pino, comunista, que empieza a publicar los primeros libros en los años 60. Era una especie de luz abierta, aunque ahora ha caído en el olvido. Conectaba una visión social psicoanalítica y situacional. Hoy está bastante olvidado, porque tenía más relevancia su aperturismo que su contenido.
¿Cómo era la psiquiatría franquista que te encuentras?
Cuando era estudiante de Medicina, me fui al manicomio de mi pueblo, Jaén, para ver cómo era, para enterarme. Me enseñaron lo peor. Vi a niños atados a árboles. Una cosa espantosa. Enfermos vestidos con una especie de mandilón que cagaban en el suelo. Te enseñaban lo peor porque te consideraban un competidor. Los psiquiatras de entonces vivían sobre todo de la psiquiatría privada. El que tenía dinero se pagaba una consulta particular. En los manicomios no atendían porque les pagaban muy poco. Estaban allí para ponerlo en las tarjetas profesionales y en las placas de sus consultas privadas. Los manicomios estaban realmente en manos de las monjas y de los carceleros, los auxiliares, a los que elegían por la fuerza que tuvieran, todo músculos.
¿Qué tipo de tratamientos eran habituales?
El tratamiento era básicamente el electrochoque y el choque insulínico, todo dirigido por la santa monjería. Más que curativo, el tratamiento era represivo para calmar al paciente. Eso de las monjas de los manicomios lo tuve que sufrir yo, incluso ya en 1983. No veas tú cómo se ponían las monjas. Eran un factor de retraso tremendo. Tenían todo el poder delegado de los directores de manicomios. Les daban cuatro instrucciones y luego las monjas hacían con los internos lo que les parecía.
Supongo que los jóvenes psiquiatras os sentíais decepcionados al encontraros ante esa realidad profesional.
Nosotros intuíamos, por libros que llegaban de Argentina, por algunas informaciones europeas y por otra serie de cosas, que fuera de España había un importante movimiento de reforma de la psiquiatría. En Inglaterra sobre todo. Por eso mucha gente se iba a Inglaterra a encontrarse con médicos y psiquiatras de ideas nuevas. Lo decisivo era que la psiquiatría que se hacía aquí no nos gustaba, y que desde el Estado empezaba a fluir dinero, porque en el plan de desarrollo se incluía una partida presupuestaria. Pero era una partida sin planificación, caótica. España quería entrar en la Unión Europea, y para lavar su imagen se invirtió mucho en manicomios. Para nuestra generación eso acabó trayéndonos los primeros contratos con dedicación exclusiva. Se contrata a médicos jóvenes y, al ver cómo funciona aquello, no podemos soportarlo. Es cierto que los manicomios se habían reformado arquitectónicamente, pero en el aspecto de tratamientos seguían siendo lo mismo que lo que vi yo en Jaén cuando estudiaba. Y, claro, nos rebelamos.